17 mar 2011

EL SANTO PREFERIDO DE LA EMBAJADA - Santiago O’Donnell (Wikileaks en Página 12)

LAS PRESIONES DE EE.UU. EN FAVOR DE LA TRANSNACIONAL MONSANTO

Mientras ecologistas y agricultores discutían los efectos dañinos de la soja transgénica o el uso de glifosato, Monsanto consiguió que el gobierno de los Estados Unidos representara sus intereses en la Argentina.

A lo largo del gobierno de Néstor Kirchner primero y de Cristina Fernández después, importantes funcionarios y congresistas de Estados Unidos, además de sucesivos embajadores, presionaron a la Casa Rosada para que facilitara a la empresa Monsanto el cobro de regalías por el uso de semillas transgénicas. Lo que empezó como un duro enfrentamiento, con cargamentos de harina de soja incautados en puertos europeos en el 2004 y 2005, se encaminó hacia una negociación sobre la nueva generación de semillas, dejando atrás el intento de cobro de Monsanto, señala una serie de cables filtrados por Wikileaks a los que tuvo acceso Página/12.
El conflicto se originó cuando, durante la presidencia de Carlos Menem, Monsanto introdujo la semilla Roundup en la Argentina, la del gen resistente al glifosato, pero no registró la patente. Prefirió cobrar regalías a través de las licencias. Los reclamos de Monsanto no se hicieron públicos hasta que llegaron las primeras noticias sobre embargos en Europa, pero, según funcionarios argentinos citados en los cables, comenzaron en privado durante la presidencia de Néstor Kirchner. Los cables también demuestran que esos reclamos llegaron a su máxima intensidad en 2008, durante el conflicto entre el Gobierno y la Mesa de Enlace.
Monsanto dice que el 85 por ciento de la soja que se produce en la Argentina se hace con su fórmula, pero menos de un tercio paga regalías, porque los demás usan semillas argentinas que vienen de esas plantas pero no tributan a Monsanto. Si bien el lobby oficial estadounidense a favor de Monsanto fue incesante, hasta los propios analistas de la embajada reconocieron en los cables que el reclamo era dudoso: “Los granjeros argentinos tienen derecho a replantar –no a revender– semillas generadas en una cosecha originada en semillas registradas sin pagar regalías, pero no a venderlas”, dice un cable de marzo del 2006 firmado por el entonces embajador Lino Gutiérrez.
La empresa reclamaba un pago de quince dólares por tonelada, lo cual dejaría a muchos pequeños productores en una situación difícil. Como en algunos países de Europa Monsanto había patentado su gen, les había hecho juicio a los importadores europeos con la intención de cobrarles las regalías a ellos. Pero los juicios no tenían mucho sustento legal, porque las importaciones no eran de semillas. A medida que las causas judiciales en Europa se fueron cayendo, y los embargos cesaron, los reclamos estadounidenses perdieron fuerza.
El investigador Carlos Correa escribió en 2006 en Le Monde Diplomatique un artículo en el que sugería entender el caso Monsanto equiparándolo a otro. “Supongamos que en el país A se produce tomate tratado con un pesticida que no está patentado allí. El tomate se exporta a un país B, donde sí existe patente sobre el pesticida. Naturalmente, si se examinara el tomate, se hallarían moléculas del pesticida. ¿Podría el titular de la patente impedir su importación por este motivo? Sería, obviamente, un absurdo. Una respuesta afirmativa daría un poder ilimitado a los titulares de patentes para restringir el comercio, no ya de sus propios productos, sino de todo aquello que se derive de ellos o lo contenga de alguna forma, aun residual.”
Según los cables, la presión estadounidense se intensificó a partir de 2006. Un despacho del 17 de enero de ese año da cuenta de un encuentro entre Lino Gutiérrez y la entonces ministra de Economía, Felisa Miceli. “El embajador mencionó el caso de la empresa de biotecnología Monsanto al final de la reunión. Explicó que Monsanto había intentado todas la medidas posibles para atender su necesidad de obtener una regalía por su semilla de soja GMO Roundup Ready. En ausencia de una solución doméstica, está progresando con acciones legales en un número de países europeos que importaron soja argentina. Miceli contestó que había hablado con las cuatro asociaciones agrícolas más interesadas en el tema. Estas asociaciones dijeron que Monsanto tenía derecho a exigir una regalía. El problema era ponerse de acuerdo en el precio. ‘Creo que podemos ponernos de acuerdo’, dijo ella.”
Al mes siguiente llegó una delegación de congresistas estadounidenses presidida por el poderoso presidente del Comité de Finanzas, Charles Grassley, del estado cerealero de Indiana. En su reunión con funcionarios argentinos no terminó de la mejor manera, porque el entonces secretario de Relaciones Económicas Internacionales de la Cancillería, Alfredo Chiaradía, y el entonces secretario de Agricultura, Miguel Campos, defendieron la postura argentina de no negociar bajo presión. “La reunión terminó con una discusión sobre la disputa con Monsanto por la regalías por las semillas de soja modificadas genéticamente”, dice el cable. Y agrega: “Chiaradía cuestionó la intención verdadera detrás de los esfuerzos de Monsanto por cobrar regalías..., señalando que sólo se había convertido en un tema cuando expiró la patente del herbicida (glifosato) de Monsanto. Dijo que el gobierno estaba listo para negociar tanto las regalías como la segunda generación de semillas. Pero agregó que no lo haría con una pistola apúntandole, en referencia a las acciones legales que tomó Monsanto en Europa en contra de los cargamentos de soja argentina”.
Diplomático de carrera y experto en negociaciones comerciales, Chiaradía es el actual embajador argentino en los Estados Unidos.
Grassley le contestó que el tema no era sólo de patentes, o sea con una empresa, sino comercial, o sea que involucraba al gobierno de Estados Unidos.
“El senador Grassley señaló que, además de ser un tema de patentes, la disputa con Monsanto era un tema comercial, porque los granjeros estadounidenses que pagan regalías están en desventaja con respecto a los cultivadores argentinos.
Campos se encargó de contestarle. “Le dijo al congresista que la Argentina y Estados Unidos siempre habían trabajado codo a codo los temas de biotecnología, pero que la disputa con Monsanto estaba amenazando el futuro de la agricultura argentina.”
En junio del 2006 fue el congresista de Virginia Bob Goodlate quien presionó a favor de Monsanto en una reunión con Chiaradía, dice otro cable. “Goodlate sacó el tema de las regalías de la soja biotecnológica de Monsanto, haciendo notar que la fuerza de la economía estadounidense estaba atada a la capacidad de innovar de empresas como Monsanto... Chiaradía argumentó que el caso estaba basado en un malentendido sobre qué debe ser protegido. Mientras dijo que Monsanto debería ‘capturar la recompensa’ por el uso de su producto, la idea se aplicaba a la semilla misma, no a los productos derivados de la soja.”
En noviembre del 2006 el embajador Gutiérrez insistió sobre el tema con la ministra Miceli. “El embajador le pidió a Miceli que apoyara la última propuesta de Monsanto para resolver sus disputas con los productores argentinos... Miceli dijo que se había reunido con Monsanto en el pasado y, aunque el gobierno no puede aparecer como tomando partido en lo que es esencialmente una negociación entre Monsanto y agricultores locales, apoyará una solución.”
Al mes siguiente Gutiérrez volvió a sacar el tema, esta vez delante del ministro de Planificación, Julio De Vido, quien le recomendó que se pusiera en contacto con el secretario de Agricultura Javier de Urquiza, reemplazante de Campos, quien a su vez dijo que el tema era muy complicado porque había varias partes involucradas.
Según el cable, el secretario le dijo al embajador que estaba dispuesto a comenzar una discreta negociación. “De Urquiza se comprometió a sentarse con los accionistas con el objetivo de reanudar negociaciones. Enfatizó que las reuniones deben tener un perfil muy bajo si van a tener éxito.”
De Urquiza ya no conserva hoy su cargo en el área de Agricultura, a cargo del ministro Julián Domínguez.
En enero de 2007 el embajador volvió a insistir ante Miceli. “El embajador dijo que Monsanto sentía que necesitaba por lo menos una señal informal de aceptación del gobierno de Argentina para que los productores se sumen. Miceli respondió que Monsanto debería llevarle una oferta preaprobada y que ella trabajaría para apoyarla.”
A la semana siguiente una delegación de Departamento del Tesoro encabezada por el funcionario John Vernau actuó de portavoz del reclamo de Monsanto ante funcionarios argentinos.
En abril de 2008 el embajador Earl Anthony Wayne ya había sacado el tema delante del subsecretario para América latina, Tom Shannon, en una reunión con Alberto Fernández y la presidenta Cristina Kirchner. “Compañías como Monsanto están muy interesadas en una nueva aproximación a su trabajo en la Argentina”, dijo Wayne.
En agosto de 2008 visitó la embajada el presidente de Monsanto Argentina Juan Ferreira, para agradecer los esfuerzos diplomáticos a favor de su empresa. Por entonces las acciones legales en Europa habían perdido efectividad. “(Ferreira) explicó que Monsanto continúa con su estrategia revisada de focalizarse en el futuro y asegurarse protección legal para sus nuevas tecnologías que introducirá en el futuro... Monsanto no tuvo discusiones de alto perfil con el gobierno por las regalías durante el extendido paro granjero, pero ha mantenido contactos con organizaciones agrarias y gobernadores provinciales para asegurarse de que los proveedores sean pagados para introducir nuevas tecnologías para mejorar la producción en la Argentina.”
En septiembre de 2008 fue el turno del entonces secretario de Agricultura Charles Conner, quien sacó el tema ante De Urquiza, señala otro cable.
En diciembre de 2008 el encargado del lobby fue el representante Colin Peterson, presidente de la Comisión de Agricultura de la Cámara baja. “El representante Peterson le preguntó a De Urquiza por temas de comercio, incluyendo el pago de regalías por las semillas de soja usadas con tecnología de Monsanto.”
En marzo de 2009 el embajador Wayne volvió a insistir esta vez ante el nuevo secretario de Agricultura, Carlos Cheppi, y la ministra de Producción, Débora Georgi. “El embajador señaló la importancia de solucionar la prolongada disputa entre el gobierno y Monsanto por el pago de regalías”, informa el despacho enviado al Departamento de Estado. “Cheppi explicó que el gobierno estaba trabajando en una nueva ley de semillas con aportes de todas las partes involucradas, para resolver el problema, pero que la disputa con el sector del campo frenó el movimiento. Dijo que ya hay un acuerdo general sobre lo que se necesita hacer.”

EN MANOS DE CAPITALISTAS, JAPÓN Y EL MUNDO QUE CONOCEMOS, SE ACERCAN A SU FINAL - Carlos Petroni

En manos del capitalismo, la energía nuclear es suicidio colectivo. Lo demuestra ahora Fukushima, donde los seis reactores que posee la planta están fatalmente dañados y empiezan a liberar nubes de radioactividad que comprometen la vida de millones. Fukushima no es sino el recordatorio mas visible de Chernobyl, Three Mile Island y docenas de otros “accidentes”.
Fukushima era una planta nuclear obsoleta de los años 60. Construída como una ruleta rusa gigantesca sobre fallas sísmicas conocidas, a muy poca distancia del mar y sus potenciales tsunamis y en medio de una población de docenas de millones de habitantes.
Ahora, en medio del desastre, comienza a emerger la historia de un gobierno y empresas japonesas y extranjeras que ocultaron accidentes anteriores, negaron el necesario mantenimiento a la planta y la construyeron, y con el tiempo la ampliaron, teniendo en vista exclusivamente las ganancias potenciales para los capitalistas.
La naturaleza, con su violencia, puso al descubierto en un día, la fragilidad de la tecnología nuclear empleada recortando costos, arriesgando innecesariamente, solo para proporcionar energía eléctrica fundamentalmente para las grandes industrias japonesas. También expuso como un hueso triturado los limites de una tecnología que no tiene recursos para reparar los daños en caso de un “accidente” como el de Fukushima.
Sencillamente, no hay nada que la ciencia y el gobierno japonés puedan hacer para resolver la catástrofe. Una vez desencadenada solo resta esperar los cientos de miles, tal vez millones de muertos, la ruina económica del país, ante la mirada aun shockeada de los trabajadores y sectores populares japoneses y del mundo y la más cruda indiferencia edulcorada con palabras criticas y acciones simbólicas de todos los burgueses del país y del mundo.
Alemania decide entonces cerrar plantas nucleares obsoletas, el gobierno francés se expresa en duros términos contra el japonés por permitir que se haya desatado esta crisis; el imperialismo norteamericano corre a ocultar sus propias fallas nucleares en cierne. Hasta el “progresista” Chávez debe congelar su plan de construcción y desarrollo nuclear porque “descubre” que, aunque aun en la etapa de planeamiento y construcción, encierra todos los peligros que desató la tragedia japonesa.
Todo esto es un reconocimiento de las intenciones criminales de la clase burguesa internacional que no tiene el más mínimo reparo en derramar hoy lágrimas de cocodrilo y esperar pacientemente que el tiempo haga olvidar este nuevo asesinato en masa. Ya pasó, repetimos, en Chernobyl y Three Mile Island y en muchas otras instancias. Luego volverán, si pueden, a las mismas prácticas.
El capitalismo debe proporcionar ganancias a los emprendimientos energéticos para el consumo de sus maquinarias industriales. Todo lo demás se supedita a ello, incluso la vida, los hogares, los trabajos y la seguridad de todos los demás habitantes del planeta. Se reducen las regulaciones y, cuando no, se circunvalan; se ocultan los accidentes; se utilizan materiales inferiores; se recortan costos de mantenimiento; se cercenan salarios de los trabajadores; se economiza en la investigación tecnológica de resolución de catástrofes; se estira la vida productiva de las plantas mucho más allá de la expectativa de vida de las mismas; se deja librado al azar y los contorneos políticos la disposición de residuos y como lo ha demostrado fehacientemente, se construye y trabaja en zonas específicas donde hacerlo es una invitación diaria al genocidio nuclear.
Los gobiernos colaboran en esta tarea de incentivar las ganancias haciendo oídos sordos a las quejas de científicos e investigadores, no aplicando las leyes existentes o aguándolas aun más, extendiendo permisos a plantas más allá de su expectativa de vida útil. Las empresas han llegado al colmo de ni siquiera informar a los gobiernos, mucho menos al público, de los desastres. Ahí queda la anécdota del Primer Ministro japonés que se entero de la última explosión en los reactores de Fukushima por los medios de difusión. Tanta es la impunidad que sienten los empresarios.
Como durante el desastre del Huracán Katrina en Nueva Orleans o los devastadores tsunamis del 2004 en Asia que dejaron mas de 300.000 muertos en una docena de países, las defensas costeras, los avisos adelantados de la proximidad de los desastres, los planes de evacuación y la asistencia inmediata a las víctimas simplemente no existieron o se evaporaron en los primeros momentos. Los gobiernos estuvieron ausentes en la prevención y luego en el remedio y la asistencia inmediata.
En Japón, el desastre nuclear también expuso ese papel del gobierno burgués. En mares de terremotos, maremotos y tsunamis, las grandes olas invadieron cientos de kilómetros de tierras que no deberían haber estado pobladas, destruyeron defensas insuficientes como si fueran de papel y anegaron plantas petroquímicas y nucleares que no deberían haber estado construidas donde estaban.
Claro que esto no se limita a las plantas nucleares. Se hace en todas las industrias. ¿Recuerdan Bhopal y el desastre petroquímico de Union Carbide en 1984 en la India?, ¿y los derrames de petróleo en Alaska y mas recientemente en el Golfo de México y otros cientos de ellos ocurridos en la última década solamente? ¿Los aviones que se caen, los trenes que descarrilan, los colectivos que chocan porque se han eliminado regulaciones, recortado mantenimiento, extendido la vida útil de los mismos e incentivando las ganancias sobre la seguridad?
El desastre de Fukushima es mucho más letal y masivo, tiene el nivel de un genocidio capitalista y por ello sacude la conciencia del mundo. Pero el capitalismo y los burgueses aplican las mismas prácticas en cuanta industria poseen, en mayor o menor escala, en todas ellas. Y en todo el final puede ser cuantitativamente mayor o menor, pero siempre el resultado es nuestra muerte y la muerte paulatina del planeta.
La vorágine del consumo, sobre todo en los países industrializados y entre las clases sociales dominantes y las privilegiadas está poniendo excesiva presión sobre los recursos naturales y una superexplotación desmedida de la naturaleza agravando la reacción de la misma ante la violación sin límite de su balance. Así, inundaciones y tsunamis, terremotos y huracanes golpean sobre la sociedad humana que no ha sabido ni ha querido evitar tal destino mediante la planificación mundial de recursos y ubicación geográfica de los mismos, amen de aliviar el consumo innecesario y la anarquía de la producción capitalista que agrava lo que son fenómenos naturales.
El capitalismo, como sistema mundial está exhausto. Vive un periodo de agonía mortal y es allí cuando es mucho más peligroso. Ha movilizado todas las defensas para sobrevivir lo inevitable y ha contado para ello con el endurecimiento de sus regímenes políticos, el recorte de los beneficios democráticos de antaño de las masas e impulsado una devastación extrema para suplir lo que no ha sabido crecer sustentablemente. Es hora de acabarlo o él acabará con el planeta y con la civilización humana tal cual la conocemos.
Todos los pueblos del mundo pueden mirarse en el espejo de África (mutilada de sus recursos, violada con guerras e invasiones, luchas tribales y enfermedades y pandemias que liquida uno tras otro los estados nacionales) o en la tragedia devastadora en curso que hará desaparecer al Japón que conocemos hoy y lo transformará en una ruina de su pasado. Ese es el futuro de todos nosotros en manos de los capitalistas.
Fuente: http://www.izquierda.info/